Cuando Roy Sullivan (Kentucky, E.E.U.U, 1912- 1983) recorría las calles de Virginia la gente aceleraba el paso hasta darle esquinazo. No era culpa de Roy, al que no se le conoce error o delito más allá del de su propia mala suerte. Lo cierto es que Roy no era buena compañía, y no por ser mala persona o tener un carácter difícil. El bueno de Roy era la clase de hombre al que los yanquis regalan una placa conmemorativa por una vida de servicio a la comunidad y abren coca colas, sirven ponche y ponen en la parrilla hamburguesas en su fiesta de jubilación. Con una salvedad: estar al lado de Roy ponía tu vida en riesgo.  El hecho es que la suerte de este guardabosques del Parque Nacional de Shenandoah (Virginia) fue haciendo que se sintiera cada vez más solo. Hasta un día de septiembre de 1983 en el que solos él y su arma reglamentaria decidieron dar un titular de portada a la prensa local: “Se suicida el hombre pararrayos”, debieron escribir en tipografía exagerada los matutinos.

     Días antes su esposa había decidido hacer las maletas y dejar atrás una vida en pareja marcada por el temor a una visita luminosa que en mitad de la noche entrase por la ventana y la dejara tiesa, con la permanente convertida en un lio de pelos tiesos y chamuscados. La señora Sullivan dormía con un imán para rayos
     Dicen los números que la probabilidad de que te caiga un rayo es similar a la de ganar la lotería comprando un décimo cada día, aproximadamente 1/60.000. Los ceros se disparan si calculamos la posibilidad de que te impacten siete rayos (1 entre 16 septillones). Nuestro querido Roy Sullivan desafió al azar, las leyes de probabilidad y al mismísimo Zeus: 9 veces tuvo que lidiar con el eléctrico fenómeno; aunque en 2 ocasiones fueron sus acompañantes los agraciados por el rayo.

     La relación del “hombre pararrayos”, como le llamaban los vecinos que evitaban su compañía a campo abierto, con los rayos empezó desde temprano. El pequeño Roy segaba el trigo en el huerto de su padre cuando la hoz que empleaba fue alcanzada por un rayo; por suerte los dos salieron ilesos. En  abril de 1942, sin embargo, perdió un dedo del pie cuando un rayo le atravesó la pierna hasta agujerearle el zapato. Era un día de tormenta y él corría a buscar refugio tras huir de la torre de vigilancia del parque nacional que carecía de pararrayos. En julio de 1969 un rayo chocó contra un árbol y entró por la ventanilla de la camioneta que conducía Roy quemándole las cejas, las pestañas y parte del pelo. Un año después, en 1970, un rayo rebotó en un transformador y le quemó el hombro en el patio de su casa. La próxima pérdida de Roy sería su pelo: en 1972 un rayo le quemó la cabeza mientras trabajaba en el parque. No tardaría en usar la cantimplora que desde ese momento llevaba siempre consigo a modo de botiquín: de nuevo, en 1973, un rayo se cebó con su cabeza expulsándole del jeep que conducía. En 1976, huyendo de una tormenta, un rayo le lesionó el tobillo. Sería en 1977 cuando un último rayo visitó a Roy. Esta vez nuestro héroe pescaba tranquilo un día de junio cuando el rayo atravesó su cuerpo desde la cabeza a los pies, buscando tierra. Otra vez burló a la muerte, sin embargo tuvo graves lesiones en pecho, estómago y piernas.

     Ya por esos días la cautela de la gente respecto a él se transformó en pánico y Roy era casi un apestado. No solo lidiaba con una más que comprensible ceraunofobía (el temor a ser impactado por un rayo) sino que poco a poco se fue quedando solo, la gente le daba la espalda ya que creían que atraía los rayos y era peligroso. Poco a poco su humor fue cambiando y al huraño guardabosques solo le quedaba su esposa. Pero en 1979, mientras los Sullivan tendían la ropa, ella resulto herida por un rayo que aterrizó en las barras metálicas del tendedero. Aquello fue demasiado para la señora Sullivan que abandonó a Roy. La soledad condenó al hombre rayo, que, pensándolo fríamente, tuvo la suerte de salvar la vida milagrosamente en 7 ocasiones.

     Aún hoy se cuenta en Virginia que la tumba de Roy Sullivan, el hombre pararrayos, es un destino frecuente para los rayos en los días de tormenta.


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